jueves, 21 de mayo de 2015

Las verdaderas razones por las que los padres gritamos a los niños

Errores Padres
En mi trabajo he detectado que, incluso los padres que tienen clara la idea de una crianza respetuosa, se quejan de que siguen gritándole a sus hijos y no consiguen dejar de hacerlo, lo que les disgusta y saben que hace daño a sus pequeños y les enseña malos hábitos. Les gritamos, pero ¿sabemos cuáles son las verdaderas razones por las que les gritamos a los niños
Esta tarde estaré en Pontevedra delante de más de cerca de cien personas que quieren que les ayude a dejar de gritar a sus hijos pero también quiero ayudar a nuestros lectores con algunas ideas para lograrlo. Os voy a hacer algunas propuestas sencillas, accesibles para todos vosotros y que estoy segurísima de que os van a ayudar. Y empezaré hoy con las verdaderas razones por las que gritamos a los niños, que, en mi opinión, no tienen mucho que ver con los niños, ni con lo que hacen, ni con si nos hacen caso, sino con nosotros mismos, los adultos responsables, con autocontrol y maduros que se supone que somos.
Las razones por las que gritamos a nuestros hijos son muy complejas y no en todas las personas que gritan serán las mismas, pero mi experiencia es que hay muchos puntos en común.
Hace poco alguien me decía que las madres y padres que no gritan solo existen en grupos de internet, pero que nadie es capaz de controlarse tanto. Y aunque quizá tenemos que tener claro que la perfección no existe, si estoy segura que dejar de gritar no es un objetivo inalcanzable y que, si te lo propones, puedes lograrlo.

Estamos agotados

La falta de sueño es quizá una de las razones por las que más perdemos los nervios y tener niños pequeños casi siempre va unido a tener menos horas de sueño o descanso de las que querríamos. Cada familia debe buscar la manera de la que pueden darse el mayor tiempo posible de descanso pero una cosa está clara, ambos miembros del equipo de crianza deberían estar en las mismas condiciones y servirse de apoyo, intentar el colecho, ponerles una peli en la cama mientras echámos el último sueñito o levantarnos por turnos si el niño es de esos que se levantan a las seis de la mañana y solo quieren jugar.
A medida que crecen nuestros hijos su capacidad para comprendernos y empatizar con nosotros, si nosotros hemos sido empáticos, aumentará, y entenderán que necesitamos descansar o que ese día no nos encontramos bien, pero cuando son chiquitines eso es muy dificil y, sin duda, es una parte dura de la crianza.
Buscando apoyo las cosas mejoran pero siempre habrá una parte de atención a los niños que nos costará si estamos especialmente enfermos o agotados. Un sola cosa que resume todo es lo que os dará fuerzas, de verdad que merece la pena el pasar esos momentos pensando en que gritarles, a la larga, envenena vuestra relación y pone el cimiento de faltas de respeto mutuas en el futuro.

Una vida demasiado exigente

Otra razón por la que gritamos a nuestros hijos, que no debería servirnos de excusa sino para entener que no somos monstruos, es que nuestra vida y la de los niños es excesivamente estresante y no responde a nuestras necesidades reales. No hay tiempo libre para apenas nada. Las jornadas laborales son agotadoras y, si no hay trabajo, las preocupaciones también pueden ser devastadoras. Por mucho que mejore la comodidad de nuestras casas hay obligaciones en el cuidado del hogar, la limpieza, alimentación, compras y actividades que nos llegan a abrumar. Aunque parezca dificil no queda otro remedio que simplificar nuestra vida y reorganizarla para ser más felices.
El cansancio y el agobio por las preocupaciones o las tareas pendientes hace que presionemos a los niños par que no molesten y para que se adapten a un horario muy apretado, les exigimos que obedezcan y atiendas a cosas que a ellos, realmente, no les corren ninguna prisa de forma natural: cenar a una hora exacta, bañarse, recoger, dejar de jugar... podéis decirme que tienen que adaptarse a la vida y que queréis que obedezcan, pero si lo pensáis, las necesidades que les imponemos son, muchas veces, cosas que para su infancia no son necesarias y sería todo más sencillo si no viviéramos con un horario tan rígido.
No siempre vamos a poder cambiar esas cosas pero mi consejo es reflexionar sobre si algunos de esos conflictos, los que sean más habituales en nuestra casa, se suavicen flexibilizando las exigencias. Las razones por las que gritamos no son los niños, sino nuestras propias expectativas o límites.

A nosotros nos gritaban nuestros padres

Otra de las razones por las que les gritamos a los niños es nuestra propia infancia. No siempre, pero en muchos casos, nosotros también recibimos, incluso de los padres amorosos, gritos, palabras duras, chantajes, etiquetas y hasta algún golpe. Hemos normalizado ese tipo de violencia. Hasta los padres que no quieren hacerlo han crecido en un entorno en el que a los niños se les puede gritar o faltarles al respeto sin graves consecuencias. Y eso deja huella. Aunque no lo justifiquemos lo hemos interiorizado, forma parte de nuestro enculturamiento y, en los momentos de tensión, cansancio, enfado o menor racionalidad, nos dejamos llevar por un patrón inconsciente. Y gritamos.

Los niños no hacen caso

Los padres que suelen gritarle a sus hijos explican que gritan porque si no lo hacen los niños no les hacen caso y, por eso, aunque no les guste, se "ven obligados". Los padres que castigan mucho dicen los mismo, si no les castigan no hacen caso. No conozco a padres que le peguen a sus hijos pero estoy segura que usarán una argumentación parecida. Y la razón es que ellos mismos, con su pérdida de control, le han enseñado a los niños que ese es el momento en el que deben hacer caso, que antes no es tan en serio. Las pautas de comunicación se enseñan en la misma comunicación.
Claro, hay niños que no hacen caso a la primera, ni a la segunda... ni a la décima, ya lo se. Pero gritar no enseña nada de nada, a la larga no consigue cambiar el comportamiento del niño, habrá que seguir gritando más y más y más. Una ruina de relación, que se irá aproximando a la adolescencia con un ambiente que tarde o temprano el niño reproducirá. Si un niño no hace caso y estamos muy seguros de que eso es importante, la manera de hacernos entender no es gritar, es explicar con palabras sencillas y repetir. Paciencia. Ponernos en el lugar del niños. Valorar si nuestras peticiones son razonables. No dejarles ponerse en peligro a ellos mismos ni a otros, pero entender que necesitan tomar decisiones propias poco a poco.

La enorme responsabilidad

Realmente el trabajo más exigente y de mayor responsabilidad que existe es educar a nuestros hijos. Su seguridad y salud depende de nosotros, y también el que crezcan como personas empáticas, respetuosas consigo mismos y los demás, que puedan tener una formación adecuada para cumplir sus sueños en la infancia y la vida adulta. La responsabilidad pesa mucho y eso a veces, admitámoslo, nos supera.
Estas son algunas de las razones por las que gritamos a nuestros hijos sin querer hacerlo y sabiendo que no es bueno para ellos. Pero el tema de para mucho y la próxima semana veremos cuales son las razones que hay para que aprendamos a educar sin gritos.

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